
Dr. Juan Rafael Quesada Camacho
Historiador
Poco antes de conocerse en Costa Rica
los sucesos acaecidos en septiembre de 1821 en Guatemala, Juan Manuel de Cañas,
último gobernador de la provincia de Costa Rica, y enemigo acérrimo de la
independencia, expresaba la certeza de que tarde o temprano se levantaría el
grito de la independencia. Por eso se hacía partícipe del criterio del
Capitán General de Guatemala, Gabino Gaínza, de que ponerse a la sombra
del General Iturbide (Augustín) era el último recurso que quedaba para
mantener la integridad de la monarquía española, para lo cual, él, Cañas,
estaba dispuesto hasta derramar la última gota de sangre.
Ponerse a la sombra de Iturbide significaba,
en esa coyuntura, aceptar los términos del Plan de Iguala, proclamado el 24 de
febrero de 1821, por Agustín de Iturbide, el cual decretaba la independencia de
la Nueva España, pero a la vez establecía un imperio, cuyo trono se ofrecería a
Fernando VII –el mejor de los reyes, según decían los cartagineses a mediados
de 1821- o en su defecto, a un príncipe español (Iturbide se proclamó emperador
en mayo de 1822).
Por su parte, los leoneses (Diputación
de León, Nicaragua) estaban más preocupados por distanciarse (protegerse) de
Guatemala, que por emitir gritos de independencia. Ejemplo de ello es el
conocido Bando de León o Acta de los Nublados, del 28 de septiembre de 1821, el
cual era radical al declarar: la absoluta y total independencia de
Guatemala, que se ha erigido en soberana. Y a renglón seguido acordaba la
independencia del Gobierno Español hasta tanto se aclarasen los nublados del
día… ¿Quería decir hasta que fuese restaurado Fernando VII?
No es de extrañar, entonces, que los
españolistas o enemigos de la independencia propiciaran, en Costa Rica, la
adhesión a León (sede de la Diputación Provincial), o al imperio mexicano. Esta
disparidad de ideas dio origen, como es sabido, a la división entre
imperialistas y republicanos.
Se debe tener presente que el 1 de
octubre de 1821, Iturbide comunicó a Gaínza, que para que pudiese mantener su
independencia de España, las provincias del Reino de Guatemala debían unirse a
México. Para garantizar esa condición él enviaría un ejército
protector a Guatemala, lo que hizo efectivo el 12 de junio de 1822
(Ejército del general Vicente Filisola).
Es a la luz de ese contexto, que debe
analizarse el Acta del 29 de octubre de 1821. En esa fecha, en Cartago,
presidido por el mismo gobernador Juan Manuel de Cañas, con la presencia,
casual, de legados de otros ayuntamientos, convocados para otro
propósito.
Es incuestionable que esta Acta no
determina, de ninguna manera, la independencia de la provincia de Costa Rica.
Es de carácter local, producto de una reunión del ayuntamiento de Cartago.
Además, los miembros de otros ayuntamientos ahí presentes no tenían la debida
legitimidad para decidir sobre la materia que versaba esa Acta. Tanto es
así que las poblaciones de San José y Alajuela –republicanas- no le dieron
ninguna validez a lo acordado en Cartago. El caso de Heredia es aparte,
pues era más imperialista que Iturbide.
Lo fundamental, sin embargo, es que el
Acta del 29 de octubre de 1821 de ninguna manera enarbolaba la independencia,
pues se decretaba la independencia de España, para, inmediatamente, anexarse al
imperio mexicano. Es decir, esa decisión debe interpretarse como fiel
cumplimiento de la estrategia sugerida por Gaínza a Cañas:ponerse a la
sombra de Iturbide como último recurso para mantener el despotismo teocrático.
¿Es esa una declaración de independencia?
Mientras eso ocurría en la bucólica y
soñolienta provincia de Costa Rica, Fernando VII seguía conspirando en España,
para volver al trono en los términos anteriores a la Constitución de
Cádiz. Eso finalmente lo logró, cuando el 7 de abril de 1823 los cien
mil hijos de San Luis cruzaron la frontera de los Pirineos.
Paradójicamente, producto de la tercera invasión francesa en España, en treinta
años, Fernando VII fue restaurado como gobernante absoluto. Poco tiempo
antes Agustín de Iturbide era vencido por los que enarbolaban el grito
de la independencia que tanto asustaba a Juan Manuel de Cañas. Y
sin que esa noticia se conociera en Costa Rica, aquí tenía lugar la Guerra de
Ochomogo –primera guerra civil- la cual puso punto final a los deseos de los
imperialistas, nostálgicos del antiguo régimen.
Desafortunadamente no se puso punto
final al localismo ni al espíritu de campanario (fuertemente tradicionalista,
localista y cerrado) de aquellos que en 1813 recibieron el título de la más
noble y leal ciudad, es decir, un premio al vasallaje.
Definitivamente, el Acta del 15 de
septiembre de 1821 no es una declaración de independencia. Pero no hay ninguna
duda de que desencadenó un proceso liberador, de que inflamó las ansias de
libertad, de que acabó con la sombra de Agustín de Iturbide.
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